Cuando el 2 de septiembre de 1968 mi padre, Juan Guerra, salió de La Vega hacia la capital con un pantalón, una camisa, unos zapatos prestados y una carta, firmada por mi abuela, solicitando trabajo a un familiar, parecía improbable que pudiera cumplir con el sueño de su vida: tener un colmado.Mucho menos probable era que pudiera conocer a Tomasina Batista, mi madre, quien ese mismo día, 2 de septiembre, salía del otro lado del río Jimayaco, con destino a New York, embarazada de mi hermana mayor, y sin conocer a nadie allí, con el sueño de asegurar el futuro de la niña que estaba por nacer y el de toda su familia. Mi padre tuvo que conocer lo duro que seria construir su sueño desde el primer día: antes de llegar a su destino lo atracaron, quitándole los 10 pesos que poseía, su única camisa y los zapatos prestados. El pantalón se salvó porque tenía un hueco. Mi madre conoció la dureza de lo improbable, cuando tuvo que dormir en un parque neoyorquino porque no tenia donde ir.Casualidades de la vida hicieron que mis padres con destinos tan inciertos, con rumbos distintos y con sueños improbables, se conocieran en el aeropuerto, el mismo día que mi madre regresaba de NY por primera vez desde que salió: 2 de septiembre de 1976.Meses después de conocerse se casaron. Al poco tiempo mi madre sufrió un accidente automovilístico en el que fue la única sobreviviente. Según los médicos no podría tener más hijos.El sueño de otro vástago se venia abajo. Sin embargo, el diagnóstico estaba equivocado. Mi madre, contra todo pronóstico, quedó preñada. Otra vez lo improbable hacía acto de presencia: Fue un embarazo de alto riesgo, los médicos dudaban que yo naciera, hablaban de aborto en cualquier momento.El 2 de septiembre de 1978, lo improbable ocurrió. Nací en New York: vivo, viable y saludable. Sobrepeso desde el nacimiento: 10 libras y cuatro onzas. Mis padres proyectaron mi futuro en Estados Unidos; tan improbable era que creciera en Santo Domingo, que mi papá esperó a que saliera su residencia norteamericana para conocerme. Pensaba irse a gringolandia para no regresar jamás.De nuevo lo improbable se torna real, cuando mi padre decide regresar a Santo Domingo luego de 3 años en Estados Unidos sin resultados: Es así como a los 4 años de edad llego por primera vez al país. Aquí tuve una niñez extraña. Marcada por los pleitos entre mis padres y la ausencia física de mi madre. Su divorcio me llevó a refugiarme en los estudios. Vivía navidades tristes, criado en un "hogar" de hombres: mi padre, mi hermano mayor y yo. Aunque nunca tuve necesidades económicas, sufrí mucho y aprendí más.Crecí sin la presencia cotidiana de una madre que velara por mí. Sufrí mucho eso. Recuerdo que cuando me dolía la cabeza o me sentía mal por algo iba donde mi vecina Doña Pasita, a quien se le habían muerto sus tres hijos, de muerte natural y en el mismo año. Sin proponérnoslo ella hacia de madre postiza y yo de hijo sustituto. Ahí comprendí el valor de la solidaridad, pude comprobar todo lo que pueden lograr las personas cuando se unen.De mi padre recibí una disciplina férrea. Me enseñó a trabajar con fe, determinación y coraje para lograr la meta por más improbable que parezca. El hombre que soy, las pocas virtudes y los muchos defectos que tengo, se lo debo a el. Por su ejemplo he aprendido que la única palabra que sobra en el diccionario es: resignación. Siempre le he escuchado decir que en la vida lo único imposible es no morirse.De mi madre, aun en la distancia y en los breves encuentros que tuvimos mientras me formaba, conocí el valor de la constancia, los maravillosos resultados que da tener una fe inquebrantable. De ella aprendí a ser humano. Con su ejemplo pude conocer todo lo que se puede lograr cuando nos aferramos con fuerza a nuestros sueños, cuando nos agarramos con firmeza a Dios. Entendí que la única forma posible de vivir es luchando. Ella es una experta en luchas para vencer: venció la pobreza sin esperanzas, venció la imposibilidad de no tener hijos y, también, ha espantado la muerte tres veces: cuando tuvo el accidente, venciendo un cáncer de estomago hace veinte años y derrotando recientemente un cáncer de seno.Es esa constancia la que me ha mantenido de pie durante estos treinta años que cumplo hoy. Es esa manera de ver la vida. Es esa determinación a saber vivir con pocas cosas materiales y muchas espirituales, lo que me ha llevado a alcanzar lo improbable.Porque improbable parecería tener las mejores calificaciones saliendo de un hogar disfuncional. Improbable parece no caer en vicios de ningún tipo aun cuando se ha estado en los espacios donde las drogas y el alcohol son lo común. Improbable es tener una carrera política y no caer en la tentación de la corrupción más abyecta y del clientelismo más aberrante.Improbable era conseguir el sueño de ser Vicepresidente del PRD antes de cumplir 30 años, tal y como me lo había propuesto hace 20. Improbable era conseguir hacer aprobar un Código de Ética para un partido en el que mucha gente, injustamente, cree que es lo que menos existe.No he tenido una vida fácil, ni mucho menos ausente de contradicciones. Entre ellas las hay duras, y también divertidas. Como la que siempre saca a relucir mi hermano Carlos Bogaert: ¿Cómo es posible que pueda escribir sobre el calentamiento global con El Cata, El Sujeto o Pochy Familia como música inspiradora?A mis 30 años, puedo decir que todo lo que me he propuesto hasta ahora lo he logrado, aunque todas esas metas parecían improbables cuando me las tracé hace dos décadas. Queda la asignatura pendiente de formar la familia que nunca he tenido, pero que siempre he soñado.Revisando mi vida he podido descubrir que es lo que ha hecho de Fidel, Peña y Bosch mis referentes: ellos también son producto de lo improbable, nunca se resignaron a aceptar las cosas tal como son, sino que han luchado para transformarlas en lo que deberían ser.Si, de eso se trata. Nunca resignarse y luchar, por más improbable que parezca la meta, por más lejano que se vea el objetivo. Teniendo esperanza.En el camino de lo improbable que me ha tocado andar, en esa herencia de cosas imposibles hechas realidades contundentes que me han dejado mis padres he sabido que aun con toda evidencia en contra, siempre algo mejor nos espera si estamos dispuestos a alcanzarlo, a trabajar por ello, a luchar por ello.Hoy, mis treinta años me sorprenden andando de nuevo por la ruta de lo improbable. No podía ser de otra manera. Pero la historia me ha enseñado que las grandes cosas siempre comienzan por ser improbables. De sueños realizados me nutro. Aun esté trillando la ruta de lo improbable, estoy convencido que si se puede lograr.Disculpen si he escrito mucho de mí, pero estoy feliz de cumplir 30 años. Alegre, porque se que las cosas para ser posibles no tienen que ser probables. Contento de no resignarme a aceptar las cosas tal como son, sino de estar luchando segundo a segundo para transformarlas en tal como deberían ser.Estoy pleno de fe. Lleno de esperanza.Esta vez si vamos a cambiar. Por fin, pasaremos la pagina y escribiremos juntos un nuevo capítulo.
1 comment:
lei su historia fue muy motivante, para mi usted se ha convertido en un ejemplo asegir lo admiro mucho y deseo que mi vida profesional fluya como la de usted si Dios me lo permite porque tambien he tenido mucho contatiempos y sacrificios que saber llevar lo admiro mucho.
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