Saturday, August 30, 2008

Barquito de Papel

Por Luis Martín Gómez,
cuentista

Un periódico no puede hacer más de lo que hace la sociedad a la que informa. No puede, por ejemplo, combatir la corrupción si los ciudadanos son indiferentes a la impunidad. Ni puede, otro ejemplo, motivar la defensa de la naturaleza si la gente sigue contaminando el ambiente por ignorancia o por soberbia. Contrario a lo que se percibe, un periódico tiene menos poder del que se le atribuye, aún cuando le han asignado el cuarto lugar en el orden del armamentismo civil. Sin embargo, es un instrumento formidable cuando está en sintonía con una población que trabaja con la convicción de lo que es bueno para la colectividad.
Atrapado en la urgencia comercial que justifica su supervivencia, el periódico parece haber encontrado su ámbito en la denuncia, con la que no obstante suele morderse la cola, desde que entra en contradicción con los intereses que lo soportan, o se acerca demasiado a intereses colindantes con los propios. Alguien dijo que en la democracia no existe la libertad de prensa sino de empresa; terrible verdad. No menciono la prensa en el socialismo porque desconozco esa realidad, pero las noticias no son buenas.
¿Sirve de algo, entonces, que haya periódicos? Por supuesto. Aunque tuerto, el periódico es un rostro que observa; aunque manco, es un brazo que golpea, un dedo que señala; una voz que gruñe pese a la ronquera; un corazón que se sobrepone a la arritmia. Como un pronosticador meteorológico del Caribe mágico, el periódico corre el riesgo de la incredulidad, pero no podemos prescindir de su orientación; sólo así sabemos hacia dónde sopla el viento.
Si de algo sirve mi opinión, me atrevo a decir que rechazo el periódico complaciente que se presta al juego perverso de individuos y grupos que imponen su regla de juego en perjuicio de la mayoría; detesto el periódico oportunista que alza la bandera del gobernante de turno; abomino del periódico camaleón que pinta a conveniencia sus informaciones.
Apuesto al periódico que navega hacia el territorio del decoro, confiado de que cualquier tarde lluviosa tocará puerto, como aquel barquito de papel periódico de mi infancia en el Ozama, que bogaba con bizarría entre cunetas y lodo, llevando a salvo sus hormigas marineras.

*El autor es periodista y escritor

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