Soto Jiménez:
Libros de JB al servicio de sus propósitos políticos
Por Leo Reyes
El Nacional
"En mis días como oficial subalterno del Cuerpo de Ayudantes Militares destacado en la casa del Presidente, pude ver, con asombro, como en su biblioteca privada el doctor Balaguer guardaba reliquias de un Trujillo muy personal, objeto de una extraña veneración oculta; fotos, retratos, su mascarilla funeraria y pedazos de la estatua ecuestre del generalísimo derribada en San Cristóbal..".
El ex secretario de las Fuezas Armadas, José Miguel Angel Soto Jiménez, sostiene que no conoce ningún libro del ex presidente Joaquín Balaguer, salvo los de poesía, que no esté al servicio de sus fines políticos inmediatos, mediatos o ulteriores.
Pero sostiene que tampoco ninguno como La Palabra Encadenada sirve mejor a que el lector descubra de reojo los detalles de la íntima convicción "de este ser prodigioso no por lo que intenta decir ex profeso, sino por lo que se desprende de cada frase ingeniosa de este encantador de la palabra".
Como alumno, escribe Soto Jiménez, el doctor Balaguer no repara en destacar en su obra y fuera de ella las virtudes del dictador y no duda en adoptarlas y afinarlas con los elementos de una erudición que Trujillo no tenía y, entre otras "virtudes" admira su olfato político, su histrionismo, su conocimiento de la naturaleza humana".
Subraya que no porque reniege de su máxima preferida de que cada quien "es amo de lo calle y esclavo de lo que dice", sino porque el oficiante en el trance mismo del poder, sentado en la silla del déposta y puesta en las disyuntivas del que manda, no puede escapar, al proferir sus juicios, a las celadas automáticas de las comparaciones y los contrastes".
Soto Jiménez relata que Balaguer, durante la dictadura de Trujillo, de la que fue uno de los prominentes cortesanos, exalta las virtudes cívicas de Duarte y otros patricios y condena hasta la maldición a ese Santana que representa un despotismo que, quiérase que no, salpica al otro".
En el prólogo La Palabra Encandenada, con ocasión de los actos del centenario del nacimiento de Balaguer, el historiador plantea que ni antes ni después de este libro "el Teseo de Navarrete" desertó de su recuerdo "y hasta se puede decir que adoraba en secreto al Minotauro".
"Puedo testimoniar que en mis días como oficial subalterno del Cuerpo de Ayudantes Militares destacado en la casa del Presidente, pude ver, con asombro, cómo en su biblioteca privada el doctor Balaguer guardaba reliquias de un Trujillo muy personal, objeto de una extraña veneración oculta: fotos, retratos, su mascarilla funeraria, y pedazos de la estatua ecuestre del generalísimo derribada en San Cristóbal, presentes como huéspedes de la memoria en su "santo santorum" impenetrable y místico. Escombro de su afecto y admiración, fetiches del destino, amuletos de la fuerte o patéticas advertencias sobre la transitoriedad y extemporaneidad del poder", escribe Soto Jiménez.