Tuesday, September 08, 2009

Septiembre en mis recuerdos

POR ELSA PEñA NADAL*
*LA AUTORA es periodista,.

Septiembre es el noveno mes en el calendario gregoriano y su nombre procede de la raíz latina “séptimo”; toda vez que era el séptimo mes del calendario romano. El día 21 en el Hemisferio Norte, inicia el otoño; en tanto que en el Hemisferio Sur, aflora la primavera.
Como es sabido, las mismas estaciones no llegan en igual fecha, a todos los países; y mientras en unos, comenzamos ya a airear los abrigos; en otros, abren las maletas para sacar la ropa de primavera y verano. En 1752, el Imperio Británico, adoptó el calendario romano y pasó, del día 2 de septiembre, al 14, al día siguiente. A su vez, la Iglesia Católica, celebra a septiembre como el Mes de la Biblia, pues un 26 de este mes, en el año 1569, en Basilea, Suiza, se terminan de imprimir 260 ejemplares de este libro; en idioma español, traducido por Casiodoro de Reina; exhibiendo en su portada, el dibujo de un oso lamiendo miel de un panal.

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El 1ero de septiembre del 1939, con la invasión de Alemania a Polonia, se precipita el inicio de la Segunda Guerra Mundial; y fue en septiembre del 1945, seis años después, que concluyó esta fatídica y oscura época de nuestra historia contemporánea, que está cumpliendo su 70 aniversario. Y abro un paréntesis para decir que, si bien hubo una primera y una segunda, estoy totalmente convencida y apuesto porque así sea, de que ésta será, por siempre, la última guerra mundial. Y es porque la humanidad no permitirá, ¡nunca jamás!, verse envuelta en un conflicto bélico de tal magnitud, que costó la vida a cerca de 62 millones de habitantes, entre soldados y civiles. Por otra parte, cabe resaltar que el 15 de septiembre del 1821, México proclama su independencia y le siguen, Guatemala, Costa Rica, Honduras, El Salvador y Nicaragua; quienes, cada año, se aprestan a recordar las hazañas libertarias de hombres como: José de San Martín, José de Sucre, el cura Miguel Hidalgo; entre otros. En tanto que los chilenos, honrarán a Bernardo de O’Higgins, el 18 y el 19 de Septiembre, al celebrar un año mas de su independencia del Imperio español. Este mes nos recuerda también, el ataque a las torres gemelas del centro financiero Word Trade Center, y al Pentágono; el 11 de septiembre del 2002; considerado el peor atentado terrorista contra los EUA, después del ataque a Pearl Harbor. Atribuido al millonario saudí Osama Bin Laden; costó la vida a unas cinco mil personas, aunque las cifras son contradictorias, como todo lo que envuelve a este triste acontecimiento.
A mí llegada a Chile, en agosto del 1972, me decían los chilenos, con la simpatía que les es característica, que había yo llegado en la mejor época del año; por la proximidad, en septiembre, de sus fiestas patrias y de la primavera. Lejos estaban de saber que no andaba de turista y que había llegado a aquellas frías tierras sudamericanas, con una bebita en brazos, por estar impedida de residir en la mía propia, siendo deportada hacia México; donde al cabo de seis meses, me informaron que mi “visa de turista” había vencido. Ramón Colombo, residente en esa ocasión en México, y unos amigos suyos, me orientaron a trasladarme a Chile, ante mi imposibilidad de quedarme en México y por la conveniencia de un gobierno como el de Salvador Allende. Tampoco podían imaginar los chilenos, y mucho menos yo, que un “septiembre negro” se avecinaba para ellos y que marcaría por siempre, la alegría propia de sus fiestas patrias, las que celebran con tanto entusiasmo durante toda una semana. Septiembre es en Chile, después de diciembre, el segundo mes en importancia en ventas; en este mes se desborda el patriotismo nacional; se resaltan las tradiciones de su cultura, y es época para visitar a amigos y parientes en todo el país, ya que hay vacaciones colectivas para padres e hijos. Se trasladan masivamente por el interior del país y hacia los principales balnearios de la costa del Pacífico Sur, en Viña del Mar y Valparaíso, y todo el Litoral Central. La mayor cantidad de personas sale de Santiago, la ciudad capital. Se instalan grandes carpas y enramadas en las afueras de Santiago, donde se dice que la noticia de la Independencia llegó con dos días de retraso; y allí se baila la cueca; una danza típica nacional; se toma Chicha,-- una especie de pisco,-- en vistosos cuernos de vaca; y se sirve una amplia variedad de platos de la comida tradicional chilena; tales como empanadas, pastel de choclo (maíz); anticuchos y demás. Desde el 18 comienzan los festejos y desfilan los Huasos a caballo con su vestimenta tradicional; y el 19, que también es feriado, se realizan desfiles militares y navales, celebrando las victorias de la Independencia. Para mí, septiembre traía ya, connotaciones muy felices y muy tristes también: Un 14 de septiembre, contraje matrimonio con Homero Hernández, quien había nacido también en septiembre. Y quiso él celebrar su cumpleaños con la boda, pero al caer en jueves, le sugerí rodarlo al sábado; y así lo hicimos. Y cuatro años después, un 22 de septiembre, bien temprano en la mañana, con 28 años recién cumplidos, y ante mi atónita presencia, cayó Homero acribillado a balazos por la policía política balaguerista de aquellos aciagos “doce años”. Y ahí estaba yo en Chile, viendo a un pueblo alegre e instruido, caminando en paz por senderos de justicia y desarrollo social para todos. Acogida en mi destierro, llevaba buen curso mi vida: viendo crecer a mi hija, mientras terminaba el último año de la carrera de Sociología en la Universidad Autónoma de Chile y compartía con otros estudiantes, labores educativas y de apoyo, a comunidades rurales. Y hacia la Universidad me proponía salir temprano esa mañana del 11 de Septiembre de 1973, cuando una vecina entra a mi casa y me dice muy exaltada:--“Pero no ha oído la radio?, ¡Están “botando” al gobierno!”-- Salvador Allende Gossens, Presidente del Gobierno de Unidad Popular, fue derrocado y muere ese día. Alcancé a oírle despidiéndose del pueblo chileno, a través de Radio Balmaceda, única emisora que quedaba en el aire; y horas mas tarde, vi por la televisión, cómo sacaban en camilla su cuerpo sin vida, cubierto con una manta. En tanto, Pablo Neruda, su gran amigo, poeta y Premio Nóbel de Literatura, muy enfermo de cáncer, pero estable, cae en profunda depresión al conocer la noticia, y fallece doce días después; el 23 del mismo fatídico mes de septiembre. Y el día 29 de ese mismo “septiembre negro” para Chile y el mundo libre; mi padre, de 61 años y paciente cardíaco, sufre un infarto y se despide amoroso de toda mi familia y se va con el Señor. Nunca supe si se enteró del golpe militar porque mis hermanas me dicen que le ocultaban la noticia.
Para mi, comienza la clandestinidad hasta que las cosas se aclaren; Mario Peña Taveras, agregado militar en Chile juega un importante papel en esto, lo que unido a mi entrenamiento y a que mis papeles de residente estudiantil estaban en regla, me permite sortear las primeras dificultades y proteger mi vida y la de mi hija; hasta que pude, casi un año después, abandonar Chile. Una joven pareja de esposos, él Venezolano y ella chilena, ocultos en principio en mi casa tras el golpe, y protegidos bajo las mismas circunstancias mías, y a quienes su embajada logró sacar del país, serían luego mis anfitriones en Venezuela, adonde llegué procedente de Chile, en transito a Santo Domingo, quedando varada durante un mes. Allí en Venezuela fui impedida de abordar el avión, en vista de que la aerolínea VIASA, había recibido, minutos antes, un telegrama de las autoridades de migración dominicanas, recordándoles que yo tenía impedimento de entrada al país y que la multa por transportar a una persona en mis condiciones, era de 10 mil dólares. Cómo se enteraron en Santo Domingo de mi regreso? Yo hice una llamada desde Chile a dos periódicos vespertinos y expliqué a sus directores que me aprestaba a regresar al país, y quería que la prensa me esperara en el aeropuerto porque ya no podía continuar en Chile, y todas las diligencias de mi familia y la opinión pública para que me dejaran entrar, habían sido en vano. Mi intención era romper los pasaportes en cuanto pisara tierra dominicana e impedir que me montaran en otro avión como acostumbraban a hacerles a los que, en mi condición, osaban regresar. Juan Bolívar Díaz supo guardar el secreto--y hasta fue a esperarme al aeropuerto--, pero el director del otro vespertino, tituló en primera pagina: “Viuda Homero regresa esta tarde”; y en letras mas pequeñas: ¡Elsa Peña desafía autoridades migración! Díaz Rangel, diputado venezolano; ante mi irregular situación, me conseguía en migración de ese país, prórrogas de cinco en cinco días; no me daban más. Cada día de estadía no autorizada, acarreaba una multa de 500 dólares; tampoco me dieron asilo porque yo “no estaba en peligro de muerte”. Recibí mucho apoyo de grupos democráticos y hasta UASD intercedió por mí; y se presionaba por los medios de comunicación para que me levantaran el impedimento de entrada; no solo a mi, sino también a todos los exiliados políticos. Se realizaban en el país, los XII Juegos Centroamericanos y del Caribe. El gobierno autorizó mi regreso y el de Gladis Gutiérrez, exiliada en Francia; no recuerdo si otros deportados pudieron entrar al país en esa ocasión. Estaba Balaguer inmerso en la campaña electoral del 1974, por una nueva reelección presidencial, y la represión era muy fuerte. Las cárceles estaban repletas de presos políticos. A poco de mi regreso, se realizó “Siete Días con el Pueblo”; aquella jornada de conciertos que duró toda una semana y que hizo historia pues reunió a decenas de cantantes de varios países, cuyas canciones tenían un fuerte contenido de denuncia y protesta social: Los Guaraguaos de Venezuela; Silvio Rodríguez, de Cuba; Joan Manuel Serrat y Ana Belén, de España; entre otros. Los militares exhibían cintillos en torno a las mangas de sus uniformes, que decían: “Balaguer hasta el 2000” y algunos entraban hasta las mismas casetas para “ayudar” a votar a determinadas personas, violentando las filas de votantes. Sellos clandestinos de “Votó”; sustituían a la acción del sufragio, pues quien no tuviera ese sello en la cédula, iba directo a la cárcel; pero pocos querían pasar por la burla de otras falsas elecciones; y sellaban clandestinamente, en colmados, garajes y hasta en las oficinas. Después de vivir en el Chile de Allende, volver a mi realidad fue muy duro. Pero necesitaba visitar la tumba de mi padre y recoger la bandera de lucha de Homero. Me uní a la lucha por la libertad de los presos políticos e ingresé al PLD, de reciente creación por don Juan Bosch. Allí tuve una larga militancia política, la cual abandoné en silencio, cuando empezaron los aprestos de alianza con el Partido Reformista. Nunca más he participado en política partidarista. En otoño, cuando los árboles se desembarazan de sus hojas amarillentas, cubriendo los suelos con mullidas alfombras, es época de abundantes cosechas. Hoy en Chile, nueva vez, ondea en libertad la bandera tricolor con su blanca y solitaria estrella; se hace justicia en los tribunales y se restaura la gloria del nombre de Salvador Allende y de sus valerosos compañeros. Y yo, como cada año para esta fecha, me esfuerzo sobremanera por barrer las hojas secas que las brisas septembrinas arrastran hacia mi memoria. Y en adición a eso, levanto mi copa y con el vino de sus uvas, brindo por Chile. Y por la cosecha del maíz y de los girasoles, y por la vida. Y por el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Y brindo también por todos los que amé y admiré y que hoy son polvo de estrellas, titilando en la inmensidad del firmamento.

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