Tuesday, January 12, 2010

El unicornio azul de Amaury Germán

foto: Amaury Germán Aristy

ESCRITO POR TONY RAFUL




¿Cómo se vive o se muere cuando se vive en el cálido fulgor de un poco más de veinte años, y toda el alma es hechiza lisonjera, candor y aroma, gallardo decoro de vivir y luchar por los demás?
¿En cuál noviciado de primavera se posaron el cielo y su lucero para que no pidieran tregua a la fusilería, y corearan el trémulo amor de su delirio y su honor?
¿Eran acaso siluetas floridas, rondas del cántaro y el pórtico de acero, pasión y llama de la quimera o la patria en éxtasis sublime? Eran los palmeros.
Eran fugitivos de la noche oscura, eran marcos de plata y escondite de la sangre pura. ¿Cómo se vive o se muere cuando nadie se rinde y sus cuerpos ciñen la amarillenta túnica del follaje? Burlaron la muerte donde centellea el unicornio su luz fabulosa, utopía cargada de gritos y canciones, no se les perdió el unicornio azul, murieron con él.
Hay un sitial distante de llamaradas de sol y terciopelo, hay un jardín de flor de lino donde se cobijan el lienzo y los gemidos, donde asoma el alma en la mirada y siempre es doce de enero con estrellas en la frente y diamantes en la pupila lapislázuli del mar.
Voy a hablar de ellos y hay olor a rocío, hay delirio y martirio, hay un pueblo que se había perdido, hay un encanto que no envejece, hay un corazón que solloza herido.
Voy a hablar de ellos y hay formas esbeltas atajando el bosque y los cielos, flores nuevas, terruños naciendo de los puños y las cuevas.
Voy a hablar de ellos y el amor se despierta, siento el celaje risueño, el tiempo cobarde que deserta, galopa el madrigal en sus bocas y aquí están cercados, oigo sus palabras y tiembla hasta la bravura, el campo feliz o dolorido, estrella o palma; pelean como héroes en desigual combate, un puñado que será cantera en la lóbrega ficción o historia.
¿Qué quedaron solos, qué fueron abandonados, qué zozobró la estrategia, que estaban aislados? ¿Cómo borrarlos, cómo estorbar su delirio ciego palpitando en ráfagas de fuego?
¿Acaso no negaron del mundo la guadaña, su encaje gris, su sombra muda y fría? Es que estos hombres decidieron vender caras sus vidas porque hasta entonces sus vidas no valían nada, morían todos los días, eran cazados en los caminos, eran asediados, eran buscados, eran reprimidos, eran estudiantes y eran niños héroes, sus rostros aparecieron en la revista Life, cuando en 1965 empuñaron el fusil para defender la patria del invasor.
Ellos no pudieron convertirse en rutina y llanto, no hubo forma de reclutarlos para la traición, para la abdicación aleve, no pudieron doblegarlos ni marchitar la lira del corazón. Y hoy queda de ellos el ejemplo de vivir y morir sin claudicar, de ver la muerte de cara al sol, de vivir apegados a unas ideas que sobrevuelan el tiempo histórico, de que todo cambia o se transforma pero queda la florecida viñeta de una locura instruida, de una pasión voraz por intentar crear una sociedad nueva. Es un viejo conflicto cónsono con la naturaleza humana, porque compleja es la urdimbre social, material y sicológica de todos los seres, a expensas no solamente de las diferencias sociales sino también de las reacciones y amalgamas químicas, del desafío entre el instinto y la conciencia.
No vivimos hoy el contexto de aquella polaridad intransigente, pero el mundo sigue agreste e insuficiente, el mismo rugido de fieras bajo la luminotecnia del espectáculo de la tecnología y la cibernética.
Morir, dijo el poeta Borges, es costumbre que sabe tener la gente, pero no es morir sencillamente, eso sucede todos los días, como dijo otro poeta, René del Risco, se muere en las calles, en las fiestas, en las carreteras, desde los puentes, se muere en los hospitales y se muere súbitamente. Es morir como murieron los jóvenes del 12 de enero de 1972.
Es morir rodeado de miles de soldados impacientes en la tarea de exterminarlos, es morir dando la cara al enemigo, sin miedo, es morir y no morir, es morir cantando y rimando consignas como si quisieran entrar al cielo con gritos de guerra y victoria, trastornándolo todo y reclamando su amor por la vida.
No es morir sencillamente, eso sucede a cada instante, en los hogares de ancianos, en los postes de alumbrado, en las enfermedades terminales, en las disputas pasionales. Es morir con estrellas en la frente.
Es morir, ¡dando la cara para siempre! como Amaury, Virgilio, Chuta y Ulises.

Santo Domingo, República Dominicana

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